Carlitos los barcelonistas nunca te olvidaremos
7:23 Edit This 0 Comments »Se despidió de su gente con tres goles. Salió entre los vítores y los aplausos. Fue la última vez que vistió la camiseta amarilla y la última vez que estuvo vivo en el estadio Monumental.
El domingo 26 de diciembre de 1993 Radio Cristal dio a conocer la noticia. La inconfundible voz de Carlos Amando Romero Rodas anunciaba al pueblo que su ídolo había muerto en un accidente de tránsito. Nunca más Carlos Muñoz Martínez le daría alegría a los barcelonistas.
“En el café de los intelectuales la cosa se estaba poniendo kafkiana cuando pasó Cara ‘e Bandido y les dijo: “que qué Gabo ni la gavers, ¿no ven que se ha muerto el man”, dice el fragmento de ese poema de Fernando Artieda que habla de la muerte de Julio Jaramillo, pero que bien pudo adaptarse para Carlos Muñoz, porque él también era parte del sentimiento de un pueblo que todavía no se resigna a su pérdida.
Sus compañeros de equipo y profesión desfilaban por los pasillos de la morgue entre incrédulos y nostálgicos. Lloraban por el amigo con el que cuatro días atrás habían festejado la clasificación de Barcelona a la Copa Libertadores.
Guayaquil amaneció triste, sin sol, vacía. El fútbol, esa religión incomprensible e intolerante, no sería igual si el ‘Frentón’ ya no vestía la camiseta número 7 de los toreros.
Los barcelonistas conmovían. Se reunieron en el estadio, cantaban, gritaban por última vez el nombre de su goleador. Le recordaron que un solo ídolo tiene el Ecuador y que la muerte no lo vencería. Quien fue al estadio Monumental no sabía si entristecerse por la muerte del jugador o por los aficionados que lamentaban su pérdida como si se tratara de un familiar cercano y muy querido.
Después de 15 años de la muerte de Carlitos Muñoz, la gente no lo olvida y cada diciembre -desde que los amarillos no son campeones- los hinchas lo extrañan más. Recuerdan su entrega, sus anotaciones, la garra, el amor por Barcelona. Lo comparan con los que han intentado reemplazarlo (Carlos Quiñónez, Rafael Capurro, Johnny Baldeón, Víctor Bonilla, Rolando Zárate y muchos otros), al final ninguno se parece al ‘Frentón’.
Cierran los ojos y parece que escuchan a Petronio Salazar decir: “huele a gol, Muñoz lleva el balón, se acerca al área y gooooooooool, cántelo, grítelo”.
Carlos Muñoz era rápido, astuto, con un instinto goleador que lo convirtió en uno de los mejores delanteros de su tiempo. Ganaba por velocidad o por ubicación. Los defensas debían buscar la mejor forma para marcarlo, no había que darle espacio, sino las cosas se complicaban. De cabeza o ras de piso, con astucia y hasta con algo de suerte, Muñoz estaba en el momento preciso.
Fue goleador del torneo nacional en 1992, año en que sus goles no alcanzaron para que los amarillos sean campeones, pero sí para ir a la Copa.
Reunía grandes cualidades técnicas y tácticas, pero lo que recuerdan los aficionados canarios era esa entrega hasta el final. Nunca nadie le reprochó su indiferencia, ni tampoco alguien se acercó hasta la banca para despedirlo con insultos.
Él amaba jugar por el ídolo, tanto que rechazó una oferta para ir a España. Él solo quería estar cerca de su ciudad y de Barcelona. Porque era un ‘guayaco’ auténtico -que nació un 24 de octubre de 1967- que bailaba salsa, escuchaba a Julio Jaramillo y se tomaba sus bielas bien ‘heladitas’.
El amarillo era su color por lo que no se le hizo difícil vestir la tricolor con la que jugó 35 partidos internacionales.
Debutó en Filanbanco, pero con los toreros alcanzó la fama y la gloria, equipo en el que fue campeón (1991) y con el que jugó una final de Copa Libertadores (1990).
Carlos Muñoz tenía dos hijos cuando murió. Hoy viven en Estados Unidos, país al que migraron en busca de una mejor vida.
Carlos Jr. no conoció a su padre porque estaba en el vientre cuando sucedió el accidente. En 2007 visitó al equipo en el que su papá se ganó la idolatría.
Fue una visita corta en la que reveló su mayor sueño: vestir la amarilla como el ‘Frentón’.
En el equipo de su papá, y que desconocen los jóvenes. Ese club que al que Muñoz le dio casta, honor y dignidad.
Fuente: Telégrafo |
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