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Dejar todo. Tal es la premisa que enarbolan jugadores y técnicos, se trate de finales o de partidos triviales. Pero se ve que en las finales hay que dejar algo más que sudor y lágrimas. Hay que posar de víctimas, sugerir conspiraciones, sembrar dudas sobre la dignidad de los árbitros, denunciar favoritismos y otros tantos recursos que no proporcionan los pies sino la retórica argentina. La prosa de la viveza. Algo semejante a lo que Miguel Russo (acompañado por algunos de sus muchachos) intentó luego del partidazo que jugó su equipo ante Tigre. Y que si no ganó por una ventaja mayor fue porque Santiago Hirsig, por caso, apuntó torcido cuando estuvo abajo del arco para sellar el 3-0. No porque Saúl Laverni, a sabiendas de que existe un campeón predestinado (que no es San Lorenzo), pitó a favor de intereses que lo superan. De Julio Grondona, de Torneos y Competencias o de quien sea que lo ha tomado de rehén.
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